El Canto de la Sibila II. Galicia · Castilla / Jordi Savall
Montserrat Figueras · La Capella Reial de Catalunya
medieval.org
Fontalis–Auvidis «Musica Iberica» ES 9900
1996
2002: Astrée “Naïve”–Auvidis «Musica Iberica» E 9942
|
Sibila galaica [34:33]
Alfonso X El Sabio, XIIIème siècle
CSM 422
1. Madre de Deus [1:21]
2. U verrá na carne [1:32]
3. E u el a todos [1:27]
4. E en aquel dia [1:40]
5. U verás dos santos [1:36]
6. U au juyzio [1:32]
7. U leixarám todos [1:32]
8. U queimará fogo [1:41]
9. U verás os angeos [1:39]
10. U dirán as tronpas [1:36]
11. U será o ayre [1:35]
12. U verrá do çeo [1:34]
13. U terrán escrito [1:39]
14. E quando s'iguaren [1:41]
15. Eu o sol craro [1:38]
16. E du o mar grande [1:30]
17. E u estrelas [1:31]
18. E du o inferno [1:46]
19. E u todo-los Reys [1:26]
20. E u mostrar ele [2:11]
21. Que polos teus rogos [2:29]
|
|
Sibila castellana [36:34]
Monstère de Silos, Cantoral de Cuenca, XVIème siècle
22. Tocata [1:21]
23. Iudicii signum [0:55]
24. Quantos aqui estades [1:22]
25. Si oyésedes lo que dixo Sibila [1:32]
26. El rey de los cielos verná [1:31]
27. A Dios verán presente [1:29]
28. Las animas venirán [1:41]
29. Dexarán los ricos [1:54]
30. Dios los infiernos, quebrantará [1:31]
Alonso de CÓRDOBA, XVIème siècle (refrains)
31. Los pecadores seran dañados [2:00]
32. Dios mostrará los pecados [2:12]
33. Perderá le sol su resplandor [1:57]
34. Los montes pues baxarán [1:41]
TRIANA, XVIème siècle (refrains)
35. Montes ni campos no seran [2:06]
36. Fuentes y ríos fuego arderán [2:19]
37. La tierra se abrirá [2:14]
38. Una reina se levantará [1:35]
Cristóbal de MORALES, XVIème siècle (refrains)
39. Pues vos los criastes [1:35]
40. Esta es nuestra Señora [1:48]
41. Pues será el juzgament [3:50]
|
Montserrat Figueras
|
|
Andrew Lawrence-King, harpe
|
|
Pedro Memelsdorff, flûte
Andrew Lawrence-King, harpe
|
La Capella Reial de la Catalunya
Maite Arruabarrena, Alexandrina Polo, Sandra Roset, Marisa Vila — sopranos
Carlos Mena, Paolo Costa, Josep M. Gregori, Jean-Yves Guerry — contreténors
Lambert Climent, Francesc Garrigosa — ténors
Jordi Ricart, Yves Bergé, Daniele Carnovich — basses
|
|
Lorenz Duftschmid — violone
Pedro Estevan — cloche
|
|
Eunice Brandao, Sergi Casademunt, Sophie Watillon — violes de gamba
Lorenz Duftschmid — violone
Guy Ferber, Roland Callmar — trompettes
Daniel Lassalle, Thierry Durand — sacqueboutes
Josep Borras — bombarde
Michael Beringer — orgue
Pedro Estevan — percussion
|
JORDI SAVALL
|
Recherches musicologiques : Maricarmen Gómez
Reconstitution et réalisation musicales : Jordi Savall
La Capella Reial de Catalunya est parrainée par la Generalitat de Catalunya
Enregistremente réalisé en 1996 en la Collégiale Romane du Château de Cardona
par Nicolas Bartholomée (Musica Numeris)
Montage numérique : Anne Fontigny, Frédéric Briant (Musica Numeris)
Au recto: Illustration cédée par M. Moleiro Editor, S.A., Barcelone
℗ © AUVIDIS
I. De los orígenes al cristianismo
En
lo profundo de los bosques, en la oscuridad de las cavernas o junto al
torrente de los ríos tuvieron su morada en la antigua Grecia las
sibilas, oráculos del porvenir al margen de la actividad de los templos y
sus sacerdotes. Cuentan que la más antigua se llamó Herofilea y que
tuvo cierta relación de parentesco con Apolo, aunque algunos la hacen
hija de un pescador y de una ninfa.
Hubo
diferencias entre las ciudades de Marpessos y Eritrea, ambas en el Asia
Menor, sobre cual de las dos fue la cuna de Herofilea. Eritrea ganó el
pleito y su nombre pasó a inmortalizarse unido al de la primera sibila.
Las raíces etimológicas de su apelativo, sibila, se cree que significan
"mujer sabia" debido a sus dotes para el vaticinio. Sea como fuere, se
tiene noticia de que pronto el número de sibilas se multiplicó. Dice
Lactencius (+ca. 325) en sus Divinae institutiones, siguiendo los Libri divinarum rerum
de Marco Terencio Varrón (+27 A.C.), que en tiempos de este último
había diez sibilas, que eran la Pérsica, la Líbica, la de Delfos, la
Cimerea, la Eritrea, la de Samos, la de Cumas, la Helespóntica, la
Frigia y la Tiburtina. También dice que un día la sibila de Cumas
ofreció a uno de los Tarquinos, acaso Lucio Tarquino el Soberbio, último
rey de Roma (534-510 A.C.) nueve libros donde figuraban recogidas las
profecías de la sibila Eritrea. Pidió por ellos 300 monedas de oro,
precio que Tarquino consideró excesivo. La sibila quemó entonces en su
presencia tres de los libros que le ofrecía; acto seguido pidió por los
seis restantes el precio que antes pidiera por los nueve. A las burlas
del monarca la mujer respondió con la quema de otros tres libros; luego
volvió a pedir por los restantes el precio primero. Tarquino los
adquirió y se los llevó consigo a Roma, depositándolos en el Capitolio,
un hecho crucial para la definitiva consagración del prestigio de la
Sibila.
En Roma los libros de los oráculos sibilinos estuvieron
envueltos de un halo de misterio. A pesar de que eran estudiados con
asiduidad, sólo se les consultaba en ocasiones excepcionales y siempre
por razón de estado. Cuando la tradición llevaba siglos establecida, en
el año 81 A.C. se vio bruscamente interrumpida por un incendio que
destruyó el Capitolio y con él sus preciados libros. Para reemplazar la
valiosa pérdida se nombró al poco una comisión que debía recoger, donde
quiera que fuese, los versos de la sibila Eritrea. En total llegaron a
recuperarse unos mil, unos procedentes de la tradición oral y otros de
escritos diversos, que fueron revisados en tiempo de los emperadores
Augusto y Tiberio con objeto de eliminar de ellos cualquier material que
no fuese auténtico. No obstante, la autoridad de los oráculos sibilinos
ya había entrado por entonces en un proceso de decadencia. Lo que
quedaba de los versos de la Sibila considerados auténticos fue
finalmente destruido en tiempos del emperador Honorio (395-423), aunque
ello no supuso ni mucho menos el fin de la presencia de ese personaje en
la cultura occidental. En efecto, durante los siglos tercero y segundo
antes de Cristo circularon diversos escritos que no eran sino plagio de
otros debidos a prestigiosos autores griegos. La característica común a
todos ellos era la de que estaban manipulados con parecido propósito: el
de conferir grado de validez al judaísmo a través de su supuesta
sanción por los autores clásicos, propagando de paso la fe judaica. En
todo este proceso, nacido dentro del mundo helénico, cualquier aliado
resultaba útil. Teniendo en cuenta el respeto de los hebreos hacia sus
propios profetas y el carácter profético y el prestigio de las sibilas
entre los griegos, un vaticinio puesto en boca de las sibilas referente a
la fe judaica podía ser decisivo para su futuro, consideración que dio
origen a una serie de libros conocidos como Oracula Sibyllina, algunos de los cuales han llegado hasta nosotros.
Los
libros de los Oráculos sibilinos, todos pertenecientes a la cultura
judaico-cristiana, son doce. Escritos entre la segunda mitad del siglo
II A.C. y la primera mitad del siglo III D.C., proceden de un amplio
territorio geográfico que se extiende desde Egipto hasta la antigua
Babilonia. Se conservan en copias manuscritas que datan de los siglos
XIV y XV y en ellos se mezclan tres tipos de materiales: fragmentos de
oráculos de la antigüedad remota; fragmentos de oráculos de origen judío
y escritos cristianos que tratan sobre todo de Cristo.
De los
doce libros de los Oráculos resulta especialmente relevante el libro
octavo, de origen cristiano, que contiene unos versos relativos a la
segunda venida de Cristo el día del Juicio final que se atribuyen a la
sibila Eritrea. Forman un acróstico que, traducido del griego al latín,
dice así: JESUS CHRISTUS DEI FILIUS SERVATOR CRUX. Cuando en Roma se
consultaban los libros de los Oráculos sibilinos en busca siempre de
respuestas a graves problemas de estado, dicen que se hacía siguiendo un
curioso método. Primero se escogía al azar una línea de los libros y
con ella se formaba un acróstico; a continuación los expertos componían
tantos versos como letras tuviese el acróstico y en ellos debía hallarse
la respuesta anhelada, que consideraban inspirada por la Sibila. El
acróstico de la sibila Eritrea referente a Jesucristo ofrece una pequeña
muestra de lo que serían esas particulares revelaciones, fáciles de
acomodar a todos los gustos.
Eusebio de Cesarea (+ca. 340), el más grande historiador
de la antigüedad cristiana, recoge los versos de la sibila Eritrea
en el capítulo XVIII de su Oratio Constantini ad Sanctorum Coetum
como parte de las profecías sobre la venida de Cristo, dando así el
primer paso para la incorporación de la Sibila al mundo cristiano. Un
siglo más tarde los versos reaparecen en De civitate Dei de San Agustín (354-430), traducidos del griego al latín.
San Agustín trata en el Libro XVIII de La ciudad de Dios
"De la sibila Eritrea, la cual, entre todas las sibilas, se sabe que
profetizó muchas cosas evidentes acerca de Jesucristo". Tras señalar que
en cierta ocasión un amigo suyo le había mostrado en un libro los
versos de la sibila Eritrea relativos a la segunda venida de Cristo,
ofrece su particular versión en latín, traducida por él mismo del
griego. La versión, en hexámetros igual que su original, suprime sus
últimos siete versos pero mantiene del acróstico griego las palabras
IES[O]US, CREISTOS, TE[O](V), [ U] lOS y SOTER. Según observa San
Agustín, el número de versos resultante de la adaptación, veintisiete,
equivale a 33, conocido símbolo de la Trinidad. La versión según San
Agustín de los versos sibilinos es la siguiente:
|
Iudicii signum: tellus sudore madescet.
E coelo rex adveniet per saecla futurus,
Scilicet in carne praesens, ut iudicet orbem.
Unde Deum cernent incredulus atque fidelis
Celsum cum sanctis aevi iam termino in ipso.
Sic animae cum carne aderunt, quas iudicat ipse,
Cum iacet incultus densis in vepribus orbis,
Reicient simulacra viti, cunctam quoque gazam,
Exuret terras ignis pontumque polumque
lnquirens taetri portas effringet Averni.
Sanctorum sed enim cunctae lux libera carni
Tradetur, sontes aeterna flamma cremabit.
Occultos actus retegens tunc quisque loquetur
Secreta, atque Deus reserabit pectora luci.
Tunc erit et luctus, stridebunt dentibus omnes.
Eripitur solis iubar et chorus intuit astris.
Volvetur coelum, lunaris splendor obibit;
Deiciet colles, valles extollet ab imo.
Non erit in rebus hominum sublime vel altum.
Iam aequantur campis montes et caerula ponti
Omnia cessabunt, tellus contracta peribit:
Sic pariter fontes torrentur fluminaque igni.
Sed tuba tum sonitum tristem demittet ab alto
Orbe, gemens facinus miserum variosque labores,
Tartaeumque chaos monstrabit terra dehiscens.
Et coram hic Domino reges sistentur ad unum.
Reccidet e coelo ignisque et sulphuris amnis.
|
|
(Traducción:
La señal del Juicio: La Tierra se empapará en sudor.
El Rey eterno descenderá del cielo,
encarnado, para juzgar el orbe,
de donde tanto los fieles como los infieles reconocerán a Dios,
en lo alto con los santos, en el mismo fin de los tiempos,
ante cuya presencia acudirán las almas reencarnadas para que las juzgue.
El orbe yacerá abandonado, con espesos matorrales;
los hombres arrojarán lejos de sí las imagines y también todas las riquezas;
el fuego abrasará la tierra y, por el mar y por el cielo
discurriendo, forzaré las puertas del abominable infierno.
Entonces será dada la luz a todos los cuerpos de los santos, puestos en libertad,
y la llama eterna abrasará a los culpables.
Todo el mundo, tras examinar su conciencia, confesará
sus culpas y Dios abriré los corazones a la luz.
Entonces habré afficción y a todo les chasquearán los dientes.
El resplandor del sol desaparecerá y cesará la armonía de las esferas;
el cielo se agitaré y la luna se pondrá;
los collados se derrumbarán y los valles se alzarán.
No habrá en las cosas humanas nada sublime o elevado.
Los montes se nivelarán con los campos y la inmensidad del mar
todo lo anegará; la (tierra, resquebrajada, perecerá;
el fuego secará fuentes y ríos.
Entonces la trompeta emitirá un sonido triste desde lo alto
del orbe, lamentando el mísero crimen y sus varias fatigas.
La tierra, entreabriéndose, pondrá al descubierto el caos de los infiernos.
Hasta el último de los reyes comparecerá entonces ante el Señor.
Un torrente de fuego y azufre caerá del cielo.)
|
Durante la Edad Media se atribuyó a San Agustín un sermón Contra Judaeos, Paganos et Arianos subtitulado Sermo de symbolo
cuya autoría más tarde se reveló falsa. Escrito cuando la herejía
arriana estaba en su máximo apogeo, parece que su verdadero autor fue
Quodvultus, obispo de Cartago entre los años 437 y 453. El sermón está
dividido en veintidós capítulos. La sección que comprende los capítulos
XI a XVIII se inicia con las palabras "Vos inquam convenio, o Iudei"
("¡Me dirijo a vosotros, oh judíos!"), tras las cuales su autor,
haciendo hincapié en la incredulidad de aquellos a quienes se dirige,
emplaza al profeta Isaías a aducir su particular testimonio sobre la
venida del Mesías: "Dic, lsaia, testimonium Christo" ("Pronuncia,
Isaias, el testimonio de Cristo"). Sigue a continuación el pasaje del
Antiguo Testamento que da su profecía (Is VII, 14). Tras Isaías se
invoca a Jeremías, del que se cita igualmente su profecía mesiánica, y
siguen luego las de Daniel, Moisés, David y Habacuc. Tras su testimonio
viene el de cuatro personajes del Nuevo Testamento, Simeón, Zacarías,
Isabel y Juan el Bautista, y el de dos gentiles, Virgilio y
Nabucodonosor.
La última profecía que incluye el sermón es la de
la sibila Eritrea, de la que reproduce al pie de la letra los hexámetros
de la Ciudad de Dios, precedidos de una breve introducción: "Quid
Sibylla vaticinando etiam de Christo clamaverit in medium proferamus, ut
ex uno lapide utrorumque frontes percutiantur, iudaeorum scilicet atque
paganorum, atque suo gladio, sicut Golias, Christi omnes percutiantur
inimici: audite quid dixerit" ("Proclamemos lo que la Sibila
vaticinó de Cristo, para que tanto las frentes de los judíos como las
paganos sean golpeadas con una piedra y para que todos los enemigos de
Cristo, lo mismo que Goliat, sean abatidos por su espada. Oíd lo que
dijo.")
II. Primeras versiones musicales de los versos del Iudicii signum
Entre los textos bíblicos que hablan del fin del mundo destaca de forma especial el Apocalipsis
de San Juan, con su descripción del drama cósmico que sigue a la
ruptura de los siete sellos del libro del Señor. Los sellos representan a
los siete tiempos o siete milenios, uno por cada día de la semana, que
es el símbolo de la Historia. Tras la ruptura del último sello siete
ángeles, uno tras otro, dan un toque de trompeta tras cada uno de los
cuales se sucede un cataclismo. Cuando le llega el turno al último ángel
se entabla una especie de lucha final que conduce al triunfo del
Cordero -Cristo- sobre la Bestia -Satanás-. En un primer combate la
Bestia es reducida y arrojada al abismo, donde deberá permanecer
encadenada por espacio de mil años. Una vez transcurrido, Satanás es
liberado de su prisión y sale a seducir a las naciones, valiéndose de un
falso profeta -el Anticristo-, para intentar el asalto a la Ciudad
amada -la Jerusalén celestial-. De nuevo Satanás es vencido y arrojado a
un lago de fuego y azufre, tras lo cual tiene lugar la resurrección de
los muertos para el Juicio final. Celebrado el Juico, la Jerusalén
mesiánica desciende del cielo, dándose inicio a la vida eterna.
El Apocalipsis,
un libro cuya autenticidad fue siempre aceptada por la iglesia de Roma
pero rechazada por la mayoría de las iglesias orientales, renovó su
popularidad en Occidente hacia fines del siglo VIII, a raiz del
comentario que Beato, monje y abad del monasterio de San Martin de
Liébana (Cantabria), escribió acerca de él. Beato mantenía una posición
crítica respecto a ciertas creencias heréticas combatidas por la iglesia
franca, y ésto le valió el elogio de Alcuino. El comentario de Beato se
hizo rápidamente popular, copiándose e ilustrándose en repetidas
ocasiones, índice de hasta qué punto la visión de San Juan conectaba con
la sensibilidad de unas gentes que podían fácilmente identificar sus
propias desgracias, derivadas de la época de gran inseguridad y
desolación que vivió Europa desde el siglo VII al X, con los cataclismos
anteriores al Juicio a los que se refiere el Apocalipsis.
Uno de los puntos cruciales del comentario de Beato al Apocalipsis,
y de otros comentarios que el libro suscitó antes del primer cambio de
milenio de la era cristiana, era el referido a los mil años de
encadenamiento de la Bestia. Si se trataba de los años transcurridos
desde el Nacimiento o desde la Pasión de Cristo, el regreso de Satanás y
la venida del Anticristo eran inminentes; pero, si como creyó San
Agustín, decir "mil años" era sólo una forma de referirse al reinado de
Cristo sobre su Iglesia, entonces era cuestión de seguir a la espera.
Los
hechos desmintieron pronto el cálculo de los más pesimistas, haciendo
desaparecer la histeria colectiva provocada por el miedo, que fue en
aumento a medida que el año mil se aproximaba, y luego el año 1033. No
obstante, la idea del fin del mundo, consustancial al pensamiento
cristiano, no se desvaneció más allá de aquellas fechas simbólicas, con
lo cual ni el Apocalipsis ni otros textos escatológicos perdiereon su interés.
Si los temores propios del fin del primer milenio quedan notablemente reflejados en composiciones tales como los Versus de die iudicii o el Audi tellus, no lo están menos en los Versus sibille de die iudicii o versos del Iudicii signum,
uno de cuyos testimonios musicales más antiguos aparece en una
miscelánea del monasterio de San Marcial de Limoges de los siglos IX-X, a
continuación de los Versus de die iudicii y precediendo a otros de nativitate Domini (Paris. B.N., lat. 1154). Entre las primeras copias de los versos sibilinos del Iudicii signum posteriores a San Agustín de las que se tiene noticia, tres pertenecen a otros tantos Florilegia
del siglo IX. En dos de ellos los versos figuran sin música alguna en
tanto que en el tercero, que procede de la iglesia de Saint-Oyan (Jura),
una mano posterior a la de la copia original le añadió notación (loc.
cit., lat. 2832).
La novedad principal de la versión de los
versos sibilinos del manuscrito de San Marcial respecto a la de
Saint-Oyan radica en su forma de presentación. Si en este último se
trata de una presentación literaria que, salvo en los neumas, en nada se
diferencia de la de San Agustín, en el de San Marcial los versos se
transforman en una composición con refrán, que es tal como en el futuro
se divulga. Hace las veces de refrán el primer verso, "Iudicii signum",
que alterna con trece coplas que resultan de la agrupación de los
veintiséis versos siguientes de dos en dos. En todas las coplas o pares
de versos se repite el mismo diseño melódico, que sólo va variando en
cuestión de detalle.
Si el lugar y momento concretos en que se
puso música a los versos de la Sibila son difíciles de precisar, tampoco
resulta fácil averiguar cuándo el sermón del pseudo Agustín que los
incluye entró a formar parte de la liturgia. Sea como fuere un Ordo Romanus escrito antes de 1143 dice, refiriéndose a la liturgia papal de la Navidad: "in
vigilia Natalis Domini ad Matutinum. ... Quarta lectio sermo sancti
Augustini: Vos inquam convenio, o Iudei. In quarta cantantur sibyllini
versus: Iudicii Signum" ("En los maitines de la víspera de la Navidad. ... A la cuarta lección [dígase el sermón] Vos inquam convenio, o Iudei. En la cuarta [lección] se cantan los versos del Iudicii Signum").
Esto significa que durante la primera mitad del siglo XII en la capilla papal el Sermo de symbolo, con los versos de la Sibila cantados, se
había
convertido en una de las lecciones de los maitines de Navidad, práctica
que con ligeras variantes era ya habitual en la época, entre otras
partes en la Peninsula ibérica
III. El canto de la Sibila en España
Es
sabido que la configuración política de la península Ibérica en la Baja
Edad Media tuvo su origen en la Reconquista del territorio peninsular a
los moros. En el Noreste la iniciativa partió de Carlomagno, quien
atemorizado por los intentos de incursión de los invasores en territorio
galo, se convirtió él mismo en invasor penetrando en la península y
fundando la Marca hispánica, germen de Cataluña; con el avance de la
reconquista Cataluña pasó a integrarse en el reino de Aragón. En el
Noroeste fue un grupo de nobles visigodos refugiados en los montes de
Asturias y capitaneados por Don Pelayo quienes tomaron la iniciativa.
Sus pequeños avances en territorio enemigo se convirtieron en el germen
de los reinos de León y Castilla, que con el tiempo se unieron. La
fundación de la Marca hispánica trajo consigo la adopción por parte de
la autoridad religiosa de la liturigia romana en sustitución de la
antiqua liturgia visigoda. En Castilla y León el cambio de rito no tuvo
lugar hasta casi tres siglos después, concretamente en el año 1080 o en
el 1081, poco antes de que Alfonso VI reconquistase la metrópoli de
Toledo, antigua capital del reino visigodo, lo que sucedió en el año
1085.
Si la incorporación a la liturgia del Sermo de symbolo,
con los versos de la Sibila cantados o no, no pudo ser anterior en
España a la sustitución del rito visigodo por el romano, no es menos
cierto que una vez se dio tal premisa la costumbre arraigó con gran
fuerza. A partir del siglo XII, lo mismo en Cataluña que en Castilla,
empezaron a aparecer por doquier leccionarios, homiliarios y algún que
otro breviario que copiaban el sermón del pseudo-Agustín, completo o
abreviado, en las páginas relativas a la liturgia de los maitines
navideños. Los dos primeros manuscritos catalanes que transmiten el
sermón son del siglo XI y todavía no señalan su posición litúrgica. Uno
es un Leccionario (Paris. B.N., Lat. 5302) y otro un folio procedente de
un antiguo Breviario de la catedral de Vic (Arxiu Cap., Ms frag. XI.1);
tienen en común el hecho de añadir notación musical a los versos de la
Sibila. El manuscrito castellano más antiguo que da los versos sibilinos
provistos de notación musical es un Leccionario del siglo XI de la
catedral de Sigüenza (Archivo Cap., Cód. 20), que ubica el Sermo de symbolo
en la Lección 6, de los maitines de Navidad. Un Homiliario procedente
del monasterio burgalés de San Baudelio de Berlanga, que es del año 953
(Córdoba. Arch. Cap., Ms. l), también copia el sermón, pero a los versos
de la Sibila no les fue añadida notación hasta mucho tiempo después.
Por
otro lado un Leccionario del siglo XIV procedente de la catedral de
Toledo, la capital del reino de Castilla, permite constatar que allí
venía siendo 6ª de los matines de Navidad (Arch. Cap., Ms 48:10). De ahí
que tal vez fuese en Toledo donde Alfonso X el Sabio (1221-1284) tuvo
ocasión de asistir a la lectura del Sermo de symbolo al que alude en un pasaje de su General Estoria que dice así: "...
pora provar la incarnation de nuestro sennor lesu Cristo aduzen en las
lecciones de la noche de Navidat sus pruevas de auctoridades, tan bien
de gentiles tomadas del aravigo e otrossi de judios, como de los
cristianos". Entre las "pruevas de auctoridades" a las que se
refiere está la de la Sibila, cuya tonada característica no le era
extraña ni a él ni a algunos de sus colaboradores, puesto que con ella
se compuso la última de las piezas de la primera colección de las
Cantigas de Santa Maria (Madrid. B.N., Ms 10069): Madre de Deus, ora por nos (Cantiga Nr. 100).
Luego, cuando la colección se amplió hasta alcanzar las 416 cantigas, Madre de Deus
pasó a ser la última de las doce cantigas dedicadas a las Fiestas de
Santa María que encabezan la collección (Bibl. de El Escorial, Cód.
B.1.2). La melodía de esta cantiga coincide con la de la versión más
extendida de la Sibila, que se mantiene prácticamente invariable a lo
largo de los siglos; consta de una frase musical que corresponde al
refrán –å–, que alterna con otras dos frases que corresponden a las
coplas –ß/g–.
En tiempos de Alfonso X los versos de la
Sibila, tanto en Castilla como en Cataluña o en el resto del continente
europeo se seguían cantando en latín, aunque los primeros experimentos
de traducirlos a una lengua vernácula no deberían ser muy posteriores.
Primero se tradujeron al occitano y eso fue hacia fines del siglo XIII, a
juzgar por su primera versión conocida. Luego siguieron otras versiones
en catalán y finalmente otras más en castellano, a las que sirvió de
precedente la cantiga de Santa María aludida, cuyo texto va en
gallego-portugués (no se tiene noticia de que los versos del Iudicii Signum
se tradujesen o adaptasen a otros idiomas). Las versión más completa en
castellano iba copiada en un cantoral del siglo XVI procedente de la
diócesis de Cuenca y custodiado en el monasterio de Silos, del que
lamentablemente sólo quedan algunas fotografías que no obstante permiten
su reconstrucción. Da comienzo con el refrán en latín, "Iudicii
Signum", al que sigue el refrán en castellano, "Juizio fuerte será dado",
ambos llevan la misma melodía — frase –å–, que al repetirse
introduce algunas variantes. Siguen dieciocho coplas, de las cuales
trece traducen al pie de la letra la versión en latín (coplas III-XIV,
XVIII); las coplas I-II son nuevas y hacen las veces de introducción y
las XV-XVII invocan a la Virgen para que interceda por los hombres en el
día del Juicio final. Todas repiten siempre la misma melodía — frases
–ß/g– con ligeras variantes. Cabe observar que la tercera copla en
lugar de finalizar con el refrán "Juizio fuerte" finaliza con otro, "El dia del juizio",
que corresponde a la traducción literal del que llevan las versiones en
occitano y en catalán de la Sibila; no queda claro si se trata de un
error o de un despiste del copista o si simplemente este tercer refrán
se da como alternativa al segundo.
El motivo que hizo que los
versos de la Sibila se tradujesen del latín al castellano, al catalán o a
cualquier otra lengua es síntoma de la popularidad que habían
alcanzado, gracias sobre todo a que en determinadas localidades como en
la catedral de Toledo o en la de Tarragona o la de Barcelona
acostumbraban a dramatizarlos. Si al principio era un clérigo quien
hacía de Sibila, cuya actuación alternaba con la de un coro encargado de
cantar el refrán, ya en el siglo XV quien asumía el papel era un niño
disfrazado de pitonisa. En ciertos lugares como en Toledo solía ir
acompañado por cuatro monaguillos que hacían de ángeles, de los cuales
dos eran portadores de candelabros y los otros dos de sendas espadas que
entrechocaban repetidas veces a lo largo de la actuación; con las
espadas se quería aludir al fragmento del Sermo de symbolo que precede a los versos de la Sibila — "Quid Sibylla vaticinando" —, sermón que siempre se siguió leyendo en latin.
A
raiz del Concilio de Trento, en 1568 se introdujo un nuevo Breviario
con carácter de obligatoriedad para toda la Iglesia occidental, que dio
al traste con casi todas las representaciones que se celebraban de la
Sibila habida cuenta de que en él no figuraba el sermón del que era
parte intrínseca. Casi todas, porque hubo sitios como en Todedo donde el
peso de la tradición fue mayor que el de la autoridad eclesiástica y
los versos de la Sibila, independientes por siempre más del sermón, se
siguieron cantando y representando hasta fines del siglo XVIII; lo único
es que hubo que trasladar su posición litúrgica al final de los
maitines navideños, antes de la Misa del gallo.
De su
interpretación se encargaba una "buena cantora" que empezaba cantando el
refrán, que repetían todas las demás monjas a coro. Luego la solista
cantaba la primera copla y las monjas le respondían con el refrán, y así
hasta el final de la composición. Cabe observar que no sólo en Mallorca
la costumbre de cantar la Sibila se hizo extensiva a los monasterios
femeninos, puesto que la versión de Cuenca también proviene de un
convento de monjas; pero la fuerza con la que arraigaría en Mallorca
sería desde luego notable, según se desprende de una curiosa anécdota
que recoge Bartolomé Valperga en la biografía que publicó en 1617 de la
santa mallorquina Catalin Thomas (1533-1574). Dice Valperga que una
noche de Navidad acudió a la celda de sor Catalina "una monja joven
novisia que havía de cantar la canción del Juizio final, que llaman
hazer la Sibila, y dixo a la sierva de Dios: - ¿Como tengo de
hazer,
sor Catharina Thomás, que he de cantar muy alto y estoy ronca sin tener
un poco de açucar para ablandarme el pecho?". Respondió ella: -"Ya
sabeis vos, hija, que yo no tengo açucar; con todo esso, pues teneys
necessidad del, volved acá quando tocarán maytines y tomad lo que tendré
en la mano, que Dios proveherá". Tomó la monja al tiempo que la sierva
de Dios le havía dicho y la halló que estava en rapto y que tenía en la
mano un buen pedaço de açucar, mas como era moçuela tuvo miedo y no osó
llegara tomarlo".
Consta que en tiempos de la santa, e incluso antes.
Maricarmen GÓMEZ