medieval.org
Decca "Gold Label " DL 7 9416
Brunswick SAXA 451
MCA 2510
mca S-30015 [MCA / S- 4007] LP
1962
A
TWELVE CANTIGAS DE SANTA MARÍA
ALFONSO X el SABIO (1221-1284)
1.
Prologo [2:24]
Prologo |
Cantiga XLVIII [1:14]
CSM 48
2.
Cantiga XLIX [3:12]
CSM 49 |
Cantiga I [1:26]
CSM 1 |
Cantiga CLXVI [2:05]
CSM 166
3.
Cantiga XXV [1:59]
CSM 25 |
Cantiga CXXXIX [1:01]
CSM 139
4.
Cantiga XXIX [1:20]
CSM 29 |
Cantiga XVIII [1:39]
CSM 18 |
Cantiga VII [2:11]
CSM 7
5.
Cantiga XXXV [1:17]
CSM 35 |
Cantiga LXXVII [1:22]
CSM 77
B
LITURGY OF SANTIAGO DE COMPOSTELA
Códice Calixtino, Anonymous XII century
I. Conductus. Annua gaudia [2:31]
cc 99
II. Alleluia. Vocavit Jesus Jacobum [3:41]
cc 110
III. Benedicamus Domino. Congaudeant catholici [3:15]
cc 96
MASS OF THE BLESSED VIRGIN MARY
Códice de Las Huelgas, Anonymous XIV century
I. Kyrie. Rex virginum [4:42]
Hu 1
II. Sequence. Maria, virgo virginum [2:51]
Hu 52
III. Sanctus. Cleri cetus [2:19]
Hu 14
IV. Agnus Dei. Regula moris [2:13]
Hu 24
New York Pro Musica
Noah Greenberg
Robert White, counter-tenor
Charles Bressler, tenor
Gordon Myers, baritone
Brayton Lewis, bass
LaNoue Davenport, recorder, krummhorns
Shelley Gruskin, recorder, krummhorns, schryari, bagpipes
Barbara Mueser, bass viol
Paul Maynard, portative organ, regal, psaltery
&
John Ferrante, counter-tenor
David Dodds, tenor
Marvin Hayes, bass
Theodore Israel, tenor vielle
George Gaber, percussion
ASISTIMOS en los últimos
años a un nuevo y espectacular redescubrimiento de la Edad
Media. Redescubrimiento, y no simplemente descubrimiento, porque la
primera «vuelta a la Edad Media» la realizaron los
románticos hace ciento cincuenta años. Si para los
hombres del siglo XVIII -neoclásico y razonador, equilibrado y
discreto- el período medieval fue tan solo un mundo de
«tinieblas» y de abstrusas e innecesarias complicaciones
estéticas, para los románticos la Edad Media es el gran
depósito de las tradiciones populares, el origen oscuro y
poético de leyendas e historias, el tiempo en que cualidades
humanas e infrahumanas llevadas al paroxismo producían, como en
estado puro, heroísmos sin par, crueldades y sublimidades sin
cuento. De esta manera los románticos, haciendo recaer sobre el
medievo un apasionante interés derivado de la violencia y del
contraste, se adelantaron a la moderna concepción de Huizinga.
Desde entonces la Edad Media fue declarada «interesante» y
variada. Y el interés por su estudio, evocación y
asimilación ha aumentado paulatina pero firmemente hasta hoy.
Nuestro concepto de la Edad Media no es, desde luego, el
romántico: no la poetizamos. Hemos sabido, en cambio, gracias al
trabajo incesante de los investigadores, que el hombre medieval no era,
ni mucho menos, un bárbaro. Que existía una cultura de
gran porte, con sorprendentes refinamientos. Y que el arte medieval,
complejo y profundo, alcanza en muchas de sus manifestaciones cimas
absolutas. A todo este conocimiento objetivo se suma el gusto actual
por lo primitivo, gusto que nos hace sobrevalorar el románico a
costa del gótico, y que nos arrastra un poco forzadamente a
admirar incluso la tosca estatuaria románica.
La música medieval ha tenido una fortuna más
tardía en esta revalorización que la arquitectura, la
literatura o la escultura. Dificultades técnicas de acceso a la
comprensión de los manuscritos impidieron prácticamente
su conocimiento durante todo el siglo XIX (recuérdese, en
cambio, cómo ya en los últimos años del siglo
XVIII se descubre y empieza a tenerse muy en cuenta una parte
importante de nuestra literatura medieval). Si la música es un
arte joven, más joven aún es la musicología.
Durante siglos, la mayoría de los tratadistas considerados como
tales se han limitado a especulaciones metafísicas sobre el
origen, los efectos o la estructura simbólica de la
música. Quiere decirse que los únicos esfuerzos positivos
por entender las grafías musicales medievales se han hecho ya
dentro del siglo XX, y partiendo sobre todo del estudio del canto
gregoriano y de los trovadores. Sólo ahora, en los
últimos veinte años, ha prendido en el gran
público el gusto por la música antigua, y proliferan por
todas partes nuevos grupos de intérpretes que atienden a la
creciente demanda de un número cada vez mayor de oyentes
entusiastas.
Para intentar una comprensión de la música medieval es
imprescindible exponer, aunque sea brevemente, el natural problema que
surge cuando el más antiguo y espontáneo de los
instrumentos musicales -la voz humana- comienza su canto. Este canto
pudo ser inicialmente solo, sin instrumentos. Si una misma
melodía es entonada al unísono por varias personas,
tendremos la forma coral más sencilla: la monodía.
Si, por el contrario, hay un grupo de personas que cantan y cada uno
entona una melodía diferente, tendremos entonces la polifonía.
El gran problema estético de la música medieval es el
lento y trabajoso paso de la monodía a la polifonía.
La forma más estricta de monodía es el canto gregoriano,
que durante muchos siglos fue la única expresión de la
liturgia. El gregoriano utiliza sólo intervalos pequeños
y no admite jamás el empleo de instrumentos; de ahí su
solemnidad un tanto hierática. Desde ese gregoriano
monódico absoluto hasta la complicadísima
polifonía del siglo XV hay muchos escalones. Ya por el siglo IX
existen formas elementales de oponer una voz a otra, creándose
paulatinamente el contrapunto y originándose nuevas
formas musicales, como el órganum y el conductus.
Es importante hacer notar que la utilización de varias voces en
la música crea un nuevo espacio acústico, algo que
podríamos llamar «tercera dimensión» sonora
frente al plano bidimensional de la monodía gregoriana. En
alguna ocasión se han intentado paralelos entre la música
y la arquitectura medievales, que pueden ser muy ilustrativos. En este
caso podría identificarse la monodía gregoriana con la
arquitectura de las basílicas cristianas primitivas, en
tanto que los primeros intentos polifónicos de los que acabamos
de hablar podrían identificarse con el estilo románico.
(El gótico se correspondería con el motete
polifónico, y el gótico florido con el madrigal,
también polifónico, posterior y más ornamental.)
La música que contiene este disco pertenecería al
«estilo románico»: no se trata ya de una simple
línea monódica, de canto gregoriano. Pero la
evolución polifónica es aún incipiente, tanto en
la música profana como en la religiosa.
La música profana está aquí representada por una
selección de las Cantigas de Santa María, de
Alfonso X el Sabio. La figura del gran rey castellano domina con su
genio cultural toda la Edad Media española. Hijo de Fernando
III, nació en Toledo en 1221. Desde muy joven combate con los
árabes, ayudando a su padre en sus avances por Andalucía,
cooperando en la conquista de Sevilla (1248) y ocupando el reino de
Murcia. A la muerte de Fernando III, en 1252, sube al trono. Las
vicisitudes políticas y bélicas de su reinado son muy
grandes: guerras en Andalucía, intento de obtener ia corona del
Sacro Imperio Romano-Germánico, luchas dinásticas sin
fin. En plena guerra con su hijo Sancho, muere en Sevilla en 1284.
Muchos historiadores al antiguo estilo, de los que no ven la Historia
sino como suma y resta de conflictos, de pérdidas y conquistas,
han sido injustos con Alfonso X, acusándole de ser un rey
mediocre. En realidad, su labor cultural y jurídica es tan
gigantesca que ningún otro monarca medieval puede
comparársele. Auxiliado por un copioso equipo de escribas y
traductores, de comentaristas y eruditos, Alfonso X creó un
vastísimo corpus científico sin igual en nuestra
Historia. Hizo recopilar masivamente los conocimientos
astronómicos y astrológicos, históricos y
legendarios, jurídicos y administrativos, de manera casi
exhaustiva. En esta tarea cooperaron cristianos, mahometanos y
judíos españoles y extranjeros, que hicieron de Toledo y
de Sevilla focos culturales europeos de primer orden.
Pero Alfonso X fue también poeta. En algunos cancioneros
medievales hay poemas suyos, algunos «de escarnio y
maldizer», llenos de gracia y desvergüenza. Y, sobre todo,
hay una compilación de 430 poesías, todas ellas de
Alfonso X, que constituyen la famosa colección titulada Cantigas
de Santa María, el más amplio y rico cancionero de su
tiempo. Estas cantigas están escritas en gallego, idioma que sin
duda parecía entonces más apropiado para la lírica
por haber evolucionado más y ser más capaz de transmitir
las sutiles emociones poéticas. Todas las cantigas están
dedicadas a la Virgen María, y son, por tanto, una muestra
más -la fundamental, junto con los Miraclos de Nuestra
Señora, de Gonzalo de Berceo- de la abundante y
universalista literatura mariana del siglo XIII. La mayor parte de
estas cantigas relatan milagros o devociones; otras son de
«loor», es decir, de alabanza. La forma estrófica es
muy variada: hay zéjeles y villancicos en gran número de
variantes, con un solo elemento común: el uso de un estribillo.
Se nos han conservado estos poemas en tres códices: uno
procedente de Toledo, que se encuentra ahora en la Biblioteca Nacional
de Madrid, y dos que se hallan en el Monasterio de El Escorial. Los
tres -con variable número de cantigas- llevan, además,
música. Las cantigas, pues, se cantaban. Podríamos
preguntarnos si la música es también obra de Alfonso X.
Seguramente no. Incluso pertenecerá, sin duda, a varios autores,
de los que no poseemos ninguna noticia en absoluto. La música va
en pentágramas y en notación mensural, y no consta si no
de una sola línea melódica. ¿Quiere esto decir que
se trata de monodías, como las del canto gregoriano? Desde
luego, las melodías ofrecen semejanzas con el gregoriano, como
toda la música cortesana de la época. Pero algunos de !os
códices están ornados con espléndidas miniaturas.
En muchas de ellas hay dibujos alusivos al milagro que se relata; pero
en otras hay músicos con instrumentos: flautas de pico, flautas
traveseras, rabeles, violas, laúdes, psalterios, arpas, rebec,
guitarrillas, platillos, gaitas... Esto quiere decir, nada más y
nada menos, que las cantigas se acompañaban instrumentalmente.
Pero, ¿cómo? No hay notación para los
instrumentos; no existe propiamente polifonía. Lo que hay,
evidentemente, es homofonía: una voz principal canta, y
los instrumentos, ad libitum, cooperan al efecto de conjunto
marcando ritmos, apoyando acentos, repitiendo quizá partes,
quizá preludiando o terminando un texto. Esta es la
técnica que habitualmente se emplea para su ejecución
moderna: el canto a una sola voz entona la melodía; y los
instrumentos -a elección del transcriptor en cada caso- hacen
papeles secundarios. En algún caso el transcriptor moderno
prefiere que alguna cantiga sea sólo entonada por instrumentos.
Posiblemente esto pueda justificarse como «intermedio»
instrumental.
Queda por decir que la notación de las Cantigas de Santa
María es muy difícil de descifrar. Los primeros
intentos los hizo el arabista Julián Ribera en 1922, partiendo
de la base de que se trataba de ritmos árabes. En 1934, Higinio
Anglés transcribió la totalidad de la música en
notación moderna. De todas maneras, esta edición no puede
aún considerarse definitiva. Es necesario un esfuerzo más
para que se fije con exactitud el valor actual de cada signo. Con los
resultados hasta ahora obtenidos podemos comprobar que las
melodías responden sobre todo a tres modelos: gregoriano (o muy
próximo al gregoriano), popular y cortesano. En general, lo que
sí podemos afirmar es que las Cantigas constituyen una
obra cumbre en la historia de la música.
La música litúrgica de la segunda cara del disco completa
bien una primera aproximación a la Edad Media española en
la etapa que hemos llamado «románica». Ante todo,
Santiago de Compostela representa un foco de concentración
internacional a causa de las peregrinaciones incesantes a la supuesta
tumba del apóstol Santiago. Como consecuencia de este continuo
flujo de viajeros se produce una cultura de encrucijada que sirve de
contacto a todas las manifestaciones artísticas. En el caso de
la música, el llamado Códice Calixtino
reúne ejemplos muy perfectos de los procedimientos musicales de
los siglos XII al XIII. La primitiva línea gregoriana va
recibiendo nuevos intercalados que ocultan cada vez más la
sencillez inicial. En el Conductus la melodía principal
ya no es tradicional -como ocurría en formas anteriores-, sino
que ha de inventarla el compositor mismo. Con ello la estructura de la
obra gana en originalidad. En el Aleluya -que hasta San
Gregorio era una extensa vocalización sin más texto que
esta palabra hebrea- solía utilizarse una forma de responsorio
con palabras del Salterio. Del Aleluya proviene, al menos en
parte, una corriente estética que busca el arabesco, el dibujo
preciosista, la conversión de la severa línea
litúrgica primitiva en una curva muy ornamentada, de claro
barroquismo. Tanto en esta pieza como en el Benedicamus Domino
es importante el papel de los «tropos» o estrofas
intercaladas entre los versículos, intercalado que amplificaba
el desarrollo formal y que producía a veces -ya que los autores
de tropos eran muchos y muy fecundos e insertaban sus estrofas en
músicas muy anteriores a ellos- un curioso contraste de estilos.
La historia de la misa es al mismo tiempo la historia de la
música litúrgica medieval. Las palabras griegas Kyrie
eleison (= Señor, ten piedad) parecen haberse introducido en
Occidente hacia el siglo V, procedentes quizá de la zona de
Jerusalén; y desplazó sin duda la oratio fidelium
que se rezaba en el oratorio. Las melodías del Kyrie se
han ido modificando a partir del gregoriano, pero suelen ser muy
articuladas y de ejecución relativamente fácil. La Secuencia,
en cambio, viene a ser un comentario dramático en el que puede
verse en algunos casos el germen del drama litúrgico. La
música de las secuencias posee a veces rasgos relativamente
populares y muy expresivos. El Sanctus parece que fue
introducido en la misa por el Papa Sixto II, en el siglo II,
generalizándose su uso en el siglo IV. Sus melodías
tradicionales presentan casi siempre un aspecto austero y grave. Por
último, el Agnus Dei era una invocación
-triplicada desde el siglo X y rematada con el «danos la
paz»- pronunciada durante la fracción del pan (y
convertida hoy en preámbulo del ósculo de paz y de la
comunión). Su melodía es muy sencilla y, como
señala Amiot, «se desprende de ella una impresión
de súplica insistente y de recogimiento».
Para el oyente moderno, toda la música medieval constituye un
extraño mundo del que se desprende una paz y una calma un tanto
incomprensibles para nosotros, ciudadanos de un tiempo exasperado e
histérico y, además, habituados a un sentido
rítmico completamente occidental. Pues no olvidemos que el
gregoriano, base de esta música, es un puente entre Oriente y
Occidente; tiene mucho aún de oriental. Nosotros, sobre esa
base, hemos elaborado una civilización rítmica «de
paso de marcha» en la que la apacibilidad oriental ha sido
desterrada y sustituida por formas rápidas (agitadas) o lentas
(tensas). Tenemos que esforzarnos mucho para encontrar la
recóndita belleza de estas músicas. Pero nuestro esfuerzo
encontrará compensación:. cuando, al fin, captamos el
sentido de este universo sonoro, lo encontramos tan atractivo como el
de nuestros barrocos o nuestros románticos.
Ramón BARCE