Licanus CDM 0615
2005
1. Lectio. Taedet animam meam [5:23]
2. Introitus. Requiem aeternam [5:18]
3. Kyrie [6:20]
4. Graduale. Requiem aeternam · In memoria aeterna [2:36]
5. Offertorium. Domine Jesu Christe [6:00]
6. Sanctus — Benedictus [3:01]
7. Agnus Dei [3:51]
8. Communio. Lux aetema [3:27]
9. Motectum. Versa est in luctum [2:56]
10. Responsorium. Libera me [11:27]
Capella de Ministrers
Elisa Franzetti / Pilar Esteban, sopranos
Alicia Berri, contralto
Josep Benet / Pedro Castro, tenores
Tomás Maxé, bajo
Jordi Comellas, viola
David Antich, flauta
Paco Rubio, cornetto
María Crisol, bajón
Jordi Giménez / Elies Hernándis, sacabuches
Ignasi Jordà, órgano
Pau Ballester, percusión
Cor de la Generalitat Valenciana
Jacqueline Squarcia / Inmaculada Buriel, sopranos
Erika Escribá / Dulce Vila, mezzosopranos
Asunción Deltoro / Marián Brizuela, contraltos
Rafael Ferrando / Antonio Gómez, tenores
Joan Valldecabres / Ricardo Sanjuán, barítonos
José Poveda / Luis Gonzalo, bajos
Carles Magraner, dirección
Grabación en vivo efectuada durante el concierto celebrado en el
Saló Alfons el Magnànim
del Centre Cultural de la
Beneficencia de Valencia el 29 de noviembre de 2005.
Grabación y masterización: Jorge. G. Bastidas
Diseño y maquetación: Annabel Calatayud
Portada: Detalle de El sueño del caballero, Antonio de Pereda,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
UN REQUIEM UNIVERSAL
Si bien desde la Edad Media el uso de la música coral era
práctica habitual en los oficios religiosos, la Misa de Requiem
como tal no se manifiesta hasta el siglo XV. En realidad hasta que
Gulllame de Machaut escribe la Messe Nostre Dame (ca.1350) no
hay una misa completa, con sus partes unificadas, atribuible a un solo
compositor. Sería Dufay, un siglo después, quien escriba
la primera Misa de Difuntos aunque sólo nos consta el dato de su
composición ya que la obra se ha perdido (el autor hace
alusión a ella en su propio testamento). Es, por tanto, el
célebre Requiem de Ockeghem, escrito alrededor de 1460,
el que inaugura la extensa lista de partituras encuadradas en esta
forma musical. Con la eclosión de la música
polifónica en el siglo XVI, la Misa de Requiem alcanza un
notable desarrollo. De hecho, los compositores españoles y
portugueses del siglo XVI y comienzos del XVII escribieron este tipo de
obras de forma casi sistemática: Pedro de Escobar, Juan
Vásquez, Cristóbal de Morales, Francisco de Guerrero,
Tomás Luis de Victoria, Duarte Lobo, Manuel Cardoso, etc.
contribuyeron al florecimiento musical de este texto, particularmente
sombrío y dramático, que coronaba el momento más
misterioso e inquietante de la vida.
Hombre de espíritu humilde y de profundas convicciones
religiosas, Tomás Luis de Victoria dedicó su vida a
servir a Dios y a ensalzarle con su obra. A diferencia de otros
polifonistas de su época, evitó componer música
sobre temas profanos siguiendo las directrices del Concilio de Trento
que prohibía dicha práctica por razones de ortodoxia
religiosa. Sólo una excepción: la Missa Pro Victoria
basada en la La Guerre de Janequin y cuya autoría
precisamente por temática y estilo algunos han puesto en duda.
Entre sus misas y motetes —no fue un compositor prolífico
en comparación con Lassus o Palestrina— hay dos grandes
obras que brillan con luz propia: el Officium Hebdomadae Sanctae
(Roma 1585) y el Officium defunctorum (Madrid 1605). Esta
última, que contiene algunos de los pentagramas más
bellos del maestro castellano, es una de las Misas de Requiem
más famosas de la historia junto a las de Ockeghem, Mozart,
Verdi y Brahms (esta última no está compuesta sobre el
texto litúrgico y, por ello, no es un Requiem en el sentido
estricto).
En 1567 Victoria fue enviado a Roma con el fin de perfeccionar su
educación musical. Allí fue acogido en el Colegio
Germánico, institución jesuítica, donde más
tarde se convertiría en maestro de capilla. En 1575 sería
ordenado sacerdote y poco después nombrado capellán de
San Girolamo della Carità, sede de la congregación de San
Felipe de Neri. Tras haber pasado varios arios en Roma donde
publicó la mayor parte de su obra en lujosas ediciones que,
según se dice, fueron la envidia del propio Palestrina, el
abulense volvió a Madrid, alrededor de 1586, para ocupar el
puesto de capellán y maestro de capilla del Real Convento de las
Clarisas Descalzas, hogar de la hermana de Felipe II, la Emperatriz
María para cuyos funerales en 1603 Victoria compuso el Requiem
(aunque la partitura esté dedicada a su hija, la princesa
Margarita).
Escrita a seis voces —dos sopranos, un alto, dos tenores y un
bajo— fue, en realidad, su segunda misa de difuntos (la primera,
a cuatro voces, fue compuesta en 1533). Victoria compuso la
música para la propia misa además de un motete funerario Versa
est in luctum, la absolución Libera me, que sigue a
la misa, y la segunda lección de maitines para los difuntos, Taedet
animam meam, a cuatro voces. El maestro castellano sorprende con
las omisiones de la línea musical para el verso "Hostias et
preces" y para la repetición del texto de "Quam olim Abrahae"
del Ofertorium. No facilita ni canto llano, ni polifonía alguna
lo cual supone un problema para los intérpretes que adoptan
diferentes soluciones, desde omitir el verso completo, recuperar la
misma sección de su primer Requiem hasta derivar la
música de otra obra del compositor.
Además de su interés musical, la obra tiene —con la
perspectiva que nos da el tiempo— un especial valor
simbólico, pues, representa un adiós no solo a la propia
vida del abulense (fue su "canto del cisne") sino también un
adiós a la música renacentista, a la hegemonía de
España en el mundo y a una época de gloria para nuestras
artes (literatura, pintura, música, etc.) que nunca más
se habría de repetir. La música polifónica de
Morales, Guerrero o Victoria, la vihuela de Luis Milán, Luis de
Narváez o Alonso Mudarra, la música para viola de Diego
Ortiz con su Trattado de Glosas a la cabeza o el órgano
de maestros como Antonio de Cabezón o Correa de Arauxo son
sólo algunos buques insignia de la poderosa "Armada Invencible"
musical de entonces. Precisamente en 1605, año de
publicación del Requiem, se editó la primera
parte del Quijote y algunos años antes había
aparecido el Lazarillo de Tormes. En literatura nos encontramos
también con San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y
Santa Teresa de Jesús o con los tres grandes dramaturgos del
Siglo de Oro: Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la
Barca. En pintura sobresalen Ribera, Zurbarán y, por supuesto,
El Greco cuyas sobrias y alargadas líneas han sido a menudo
comparadas con la música de Victoria.
El Requiem de 1605 es la misa más representativa de la
polifonía renacentista española y la que mayor
atención ha recibido por parte de estudiosos e
intérpretes de todo el mundo. A la cabeza siempre han estado los
conjuntos británicos, que también han sido los mayores
defensores de la partitura en disco. Desde hace poco tiempo se han
sumado los españoles, favorecedores de lecturas menos
inmaculadas que las de sus colegas anglosajones pero de mayor calidez y
expresividad. Es el turno ahora de Caries Magraner y su Capella de
Ministrers. En su versión, lo español cobra más
fuerza que nunca. Magraner hace uso de varios instrumentos para arropar
el entretejido polifónico; no sólo órgano y
bajón sino también flautas, violas, sacabuches y cornetto
—instrumentos habituales en las catedrales españolas de la
época— visten las amplias líneas de Victoria y
sirven también la imaginaria procesión del féretro
en forma de introducción instrumental antes del Taedet
animam meam. En cuanto al aspecto vocal, el músico
valenciano favorece un coro mixto adulto formado por sexteto vocal y
dos voces más por parte (dieciocho voces en total). Una
opción entre las muchas y variadas actualmente disponibles en
catálogo y que siguen diferentes corrientes interpretativas. En
cualquier caso, parece evidente que una obra de tal belleza no puede
limitarse a una sola lectura, a una sola versión, pues
diferentes versiones, siempre hechas desde "la humildad y el respeto"
(Bruno Turner), iluminarán la obra de un modo diferente y
enriquecerán nuestro conocimiento de la misma.
Síntesis de su profundo sentir religioso, su misticismo y el
rendido sometimiento a las normas tridentinas, el Requiem de Victoria
encuentra su marco ideal en iglesias y catedrales, entre fríos
muros, grandes altares, refulgentes vidrieras, rosetones multicolores y
altos techos abovedados; allí donde las largas y sostenidas
frases musicales de Victoria resuenan a mayor gloria de Dios. Su Requiem
es una obra de arte sin más aspiraciones que la comunión
con Dios y el anhelo de descanso eterno. Todavía hoy,
cuatrocientos arios después de su composición, esta
despedida musical consigue emocionar a través de un callado
fervor y una incomparable intensidad expresiva conseguida con los
medios más simples. Una música, sobria, equilibrada y
profunda, que seduce y enreda nuestros sentidos como pocas e invita al
recogimiento y a la contemplación. Ewig, ewig...
Ignacio Deleyto Alcalá